La impotencia, desesperación e incertidumbre cunden en las calles de Beni. De ser el último departamento del país en reportar la presencia del COVID-19, se convirtió en el escenario más dramático de la llegada de la pandemia a Bolivia. Durante una vigilia digital organizada por la Coordinadora de la Mujer en apoyo a Beni, cinco mujeres que residen en la capital amazónica compartieron sus testimonios sobre cómo es convivir con la tragedia.
Desde el lugar que ella denomina el “epicentro del horror”, Ingrid Zabala, representante de CooMujer, cuenta que en Trinidad la población está comenzando a naturalizar la muerte. “Ahora recién comprendí en su real dimensión lo que es sentir impotencia y lo que es naturalizar la muerte. Vemos a parientes y amigos que se mueren y ni siquiera podemos derramar lágrimas, sólo pensamos en que el próximo turno será el nuestro”.
Ingrid perdió a su hermana hace un mes y su hijo médico está muy expuesto al contagio. Con la sensibilidad a flor de piel, confiesa que está al borde de un colapso nervioso, como la mayoría de las y los benianos. “No nos importa si el COVID-19 lo inventaron ni quién lo hizo; si es político o religioso; ni la corrupción ni el partido político. Ahora nos importa no morir y que ya no muera gente en el Beni”.
Hasta el 27 de mayo, Beni registró 1.355 contagios y 72 decesos. El 25 de mayo, el Gobierno departamental promulgó la Ley de Declaratoria de Desastre Sanitario, lo cual posibilita a las autoridades de la región solicitar ayuda nacional e internacional para frenar el avance del nuevo coronavirus. Por parte del Gobierno nacional, se anunció un nuevo plan de atención que incluye la contratación de 640 médicos y la habilitación de un hospital de emergencias.
Debido a su actividad periodística, la reportera de televisión Rocío Hanssen presentía que en cualquier momento se contagiaría del virus. Y así fue. “Yo esperaba esta enfermedad, soy reportera y ando en las calles recopilando información”, cuenta, con la misma serenidad que asumió –según dice– la infección cuando llegó a su humanidad.
Siguiendo los consejos médicos de su hermano y echando mano de plantas medicinales, Rocío venció al COVID-19, aunque todavía debe luchar contra la susceptibilidad y amedrentamiento de su entorno. “Yo compartí en redes sociales mi experiencia para que la gente se cuide; yo lo hice tanto que ni siquiera contagié a mis dos niños; soy madre soltera. Pero sentí discriminación de mis propios colegas e incluso de mis vecinos, que han venido a pedir cuentas a mi dueña de casa de por qué yo estoy viviendo en este barrio”.
Quien convive con la tragedia a diario es la enfermera Bolivia Stroebel. “No sabe lo que estamos viviendo”, escribe en un breve mensaje de whatsapp, matizado con muchos emojis de llanto y corazones quebrados. “Vamos a acompañar a nuestro paciente a su última morada. Espéreme”, dice, para retomar el contacto unas horas después.
Más tranquila, Bolivia habla de las condiciones de su trabajo: “Soy enfermera del centro centinela COVID-19 en Trinidad. Desde hace dos meses no veo a mi familia. Es una situación muy difícil para las mujeres. Nuestras condiciones de trabajo son precarias, tenemos contratos eventuales de uno o dos meses. Con esa incertidumbre, por empatía y solidaridad, cada día estamos luchando para que no se mueran nuestros pacientes. Rogamos a Dios para no ver a nuestros seres queridos en una camilla“.
Mónica Sotelo también reside en Trinidad, desde donde advierte que el número de fallecidos aumenta cada día, debido a la falta de medicamentos, equipamiento, personal de salud y atención médica oportuna. “Se ha habilitado un cementerio al lado del relleno sanitario (de Trinidad). Esto es una bomba de tiempo”, afirma la abogada, a quien también preocupa cómo la cuarentena dio lugar al incremento de la violencia contra las mujeres. “Muchas están sufriendo violencia física, psicológica, hasta sexual dentro de sus casas. No hay dónde acudir”.
Juana Meruvia también debe lidiar con la discriminación y el abandono. Como dirigenta del Sindicato de Trabajadoras del Hogar Germán Busch, de Trinidad, ha visto morir a dos de sus compañeras por el COVID-19, mientras que otras no saben dónde pedir ayuda tras la vulneración de sus derechos laborales.
Como se puede advertir en estos testimonios, tanto en el ámbito profesional como personal, las mujeres están sufriendo los embates de la crisis sanitaria por doble partida, y de manera particular en Beni, el departamento boliviano más azotado por la pandemia. Las 21 organizaciones que forman parte de la Coordinadora de la Mujer, a través de un espacio de diálogo virtual, coincidieron en señalar la urgencia de atender con insumos, medicamentos y personal médico suficientes a esta región del país, cuyos habitantes no quieren más días de tragedia.//